jueves, 30 de junio de 2011

Novena del Sagrado Corazón de Jesús


Séptimo día:
El testimonio de la caridad en la Iglesia, comunidad profética (3.VI.92)

1. En la constitución dogmática Lumen Gentium del concilio Vaticano II leemos: 'El pueblo santo de Dios participa también de la función profética de Cristo, difundiendo su testimonio vivo sobre todo con la vida de fe y caridad' (n. 12). En las anteriores catequesis hemos hablado del testimonio del amor. Es un tema de suma importancia, pues, como dice san Pablo, de estas tres virtudes: la fe, la esperanza y la caridad, 'la mayor es la caridad' (Cfr. 1 Cor. 13, 13). Pablo demuestra que conoce muy bien el valor que Cristo dio al mandamiento del amor. En el curso de los siglos la Iglesia no ha olvidado nunca esa enseñanza. Siempre ha sentido el deber de dar testimonio del evangelio de caridad con palabras y obras, a ejemplo de Cristo que, como se lee en los Hechos de los Apóstoles, 'pasó haciendo el bien' (Hech 10, 38).
Jesús puso de relieve el carácter central del mandamiento de la caridad cuando lo llamó su mandamiento: 'Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado' (Jn 15,12). No se trata sólo del amor al prójimo como lo prescribió el Antiguo Testamento, sino de un 'mandamiento nuevo' (Jn 13, 34). Es 'nuevo' porque el modelo es el amor de Cristo 'como yo os he amado', expresión humana perfecta del amor de Dios hacia los hombres. Y, más en particular, es el amor de Cristo en su manifestación suprema, la del sacrificio: 'Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por los amigos' (Jn 15,13).
Así, la Iglesia tiene la misión de testimoniar el amor de Cristo hacia los hombres, amor dispuesto al sacrificio. La caridad no es simplemente manifestación de solidaridad humana: es participación en el mismo amor divino.

2. Jesús dice: 'En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si os tenéis amor los unos a los otros' (Jn 13, 35). El amor que nos enseña Cristo con su palabra y su ejemplo es el signo que debe distinguir a sus discípulos. Cristo manifiesta el vivo deseo que arde en su corazón cuando confiesa: 'He venido a a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido!'.(Lc. 12, 49). El fuego significa la intensidad y la fuerza del amor de caridad. Jesús pide a sus seguidores que se les reconozca por esta forma de amor. La Iglesia sabe que bajo esta forma el amor se convierte en testimonio de Cristo. La Iglesia es capaz de dar este testimonio porque, al recibir la vida de Cristo, recibe su amor. Es Cristo quien ha encendido el fuego del amor en los corazones (Cfr. Lc. 12, 49) y sigue encendiéndolo siempre y por doquier. La Iglesia es responsable de la difusión de este fuego en el universo. Todo auténtico testimonio de Cristo implica la caridad; requiere el deseo de evitar toda herida al amor. Así, también a toda la Iglesia se la debe reconocer por medio de la caridad.

3. La caridad encendida por Cristo en el mundo es amor sin límites, universal. La Iglesia testimonia este amor que supera toda división entre personas, categorías sociales, pueblos y naciones. Reacciona contra los particularismos nacionales que desearían limitar la caridad a las fronteras de un pueblo. Con su amor, abierto a todos, la Iglesia muestra que el hombre está llamado por Cristo no sólo a evitar toda hostilidad en el seno de su propio pueblo, sino también a estimar y mar a los miembros de las demás naciones, e incluso a los pueblos mismos.
4. La caridad de Cristo supera también la diversidad de las clases sociales. No acepta el odio ni la lucha de clases. La Iglesia quiere la unión de todos en Cristo; trata de vivir y exhorta y enseña a vivir el amor evangélico, incluso hacia aquellos que algunos quisieran considerar enemigos. Poniendo en práctica el mandamiento del amor de Cristo, la Iglesia exige justicia social y, por consiguiente, justa participación de los bienes materiales en la sociedad y ayuda a los más pobres, a todos los desdichados. Pero al mismo tiempo predica y favorece la paz y la reconciliación en la sociedad.

5. La caridad de la Iglesia implica esencialmente una actitud de perdón, a imitación de la benevolencia de Cristo que, aun condenando el pecado, se comportó como 'amigo de pecadores' (Cfr. Mt 11, 19; Lc. 19, 5.10) y no quiso condenarlos (Cfr. Jn 8, 11). De este modo, la Iglesia se esfuerza por reproducir en sí, y en el espíritu de sus hijos, la disposición generosa de Jesús, que perdonó y pidió al Padre que perdonar los que lo habían llevado al suplicio (Cfr. Lc. 23, 34).
Los cristianos saben que no pueden recurrir nunca a la venganza y que, según la respuesta de Jesús a Pedro, deben perdonar todas las ofensas, sin cansarse jamás (Cfr. Mt 18, 22). Cada vez que recitan el Padre nuestro reafirman su deseo de perdonar. El testimonio del perdón, dado y recomendado por la Iglesia, está ligado a la revelación de la misericordia divina: precisamente para asemejarse al Padre celeste, según la exhortación de Jesús (Cfr. Lc. 6, 36.38; Mt 6, 14.15; 18, 33.35), los cristianos se inclinan a la indulgencia, a la comprensión y a la paz. Con esto no descuidan la justicia, que nunca se debe separar de la misericordia.
6. La caridad se manifiesta también en el respeto y en la estima hacia toda persona humana, que la Iglesia quiere practicar y recomienda practicar. Ha recibido la misión de difundir la verdad de la revelación y dar a conocer el camino de la salvación, establecido por Cristo. Pero, siguiendo a Jesucristo, dirige su mensaje a hombres que, como personas, reconoce libres, y les desea el pleno desarrollo de su personalidad, con la ayuda de la gracia. En su obra, por tanto, toma el camino de la persuasión, del diálogo, de la búsqueda común de la verdad y del bien; y, aunque se mantiene firme en su enseñanza de las verdades de fe y de los principios de la moral, se dirige a los hombres proponiéndoselos, más que imponiéndoselos, respetuosa y confiada en su capacidad de juicio.
7. La caridad requiere, asimismo, una disponibilidad para servir al prójimo. Y en la Iglesia de todos los tiempos siempre han sido muchos los que se dedican a este servicio. Podemos decir que ninguna sociedad religiosa ha suscitado tantas obras de caridad como la Iglesia: servicio a los enfermos, a los minusválidos, servicio a los jóvenes en las escuelas, a las poblaciones azotadas por desastres naturales y otras calamidades, ayuda a toda clase de pobres y necesitados. También hoy se repite este fenómeno, que a veces parece prodigioso: a cada nueva necesidad que va apareciendo en el mundo responden nuevas iniciativas de socorro y de asistencia por parte de los cristianos que viven según el espíritu del Evangelio. Es una caridad testimoniada en la Iglesia, a menudo, con heroísmo. En ella son numerosos los mártires de la caridad. Aquí recordamos sólo a Maximiliano Kolbe, que se entregó a la muerte para salvar a un padre de familia.

8. Debemos reconocer que, al ser la Iglesia una comunidad compuesta también por pecadores, no han faltado a lo largo de los siglos las transgresiones al mandamiento del amor. Se trata de faltas de individuos y de grupos, que se adornaban con el nombre cristiano, en el plano de las relaciones recíprocas, sea de orden interpersonal, sea de dimensión social e internacional. Es la dolorosa realidad que se descubre en la historia de los hombres y de las naciones, y también en la historia de la Iglesia. Conscientes de la propia vocación al amor, a ejemplo de Cristo, los cristianos confiesan con humildad y arrepentimiento esas culpas contra el amor, pero sin dejar de creer en el amor, que, según san Pablo, 'todo lo soporta' y 'no acaba nunca' (1 Cor. 13, 7.8). Pero, aunque la historia de la humanidad y de la Iglesia misma abunda en pecados contra la caridad, que entristecen y causan dolor, al mismo tiempo se debe reconocer con gozo y gratitud que en todos los siglos cristianos se han dado maravillosos testimonios que confirman el amor, y que muchas veces .como hemos recordado. se trata de testimonios heroicos.
El heroísmo de la caridad de las personas va acompañado por el imponente testimonio de las obras de caridad de carácter social. No es posible hacer aquí un elenco de las mismas, aun sucinto. La historia de la Iglesia, desde los primeros tiempos cristianos hasta hoy, está llena de este tipo de obras. Y, a pesar de ello, la dimensión de los sufrimientos y de las necesidades humanas rebasa siempre las posibilidades de ayuda. Ahora bien, el amor es y sigue siendo invencible (omnia vincit amor), incluso cuando da la impresión de no tener otras armas, fuera de la confianza indestructible en la verdad y en la gracia de Cristo.
9. Podemos resumir y concluir con una aseveración, que encuentra en la historia de la Iglesia, de sus instituciones y de sus santos, una confirmación que podríamos definir experimental: la Iglesia, en su enseñanza y en sus esfuerzos por alcanzar la santidad, siempre ha mantenido vivo el ideal evangélico de la caridad; ha suscitado innumerables ejemplos de caridad, a menudo llevada hasta el heroísmo; ha producido una amplia difusión del amor en la humanidad; está en el origen, más o menos reconocido, de muchas instituciones de solidaridad y colaboración social que constituyen un tejido indispensable de la civilización moderna; y, finalmente, ha progresado y sigue siempre progresando en la conciencia de las exigencias de la caridad y en el cumplimiento de las tareas que esas exigencias le imponen: todo esto bajo el influjo del Espíritu Santo, que es Amor eterno e infinito.

miércoles, 29 de junio de 2011

Novena del Sagrado Corazón de Jesús


Sexto día: 
El testimonio de la fe en la Iglesia, comunidad profética (13.V.1992)

1. En las catequesis anteriores hemos hablado de la Iglesia como de una 'comunidad sacerdotal' de 'carácter sagrado y orgánicamente estructurado' que 'se actualiza por los sacramentos y por las virtudes' (Lumen Gentium, 11). Era un comentario al texto de la constitución conciliar Lumen Gentium, dedicado a la identidad de la Iglesia. Pero, en la misma constitución leemos que 'el pueblo santo de Dios participa también de la función profética de Cristo, difundiendo su testimonio vivo sobre todo con la vida de fe y caridad y ofreciendo a Dios el sacrificio de alabanza, que es fruto de los labios que confiesan su nombre(cfr. Hb. 13,15)' (ib., 12). Según el Concilio, por tanto, la Iglesia tiene un carácter profético como partícipe del mismo oficio profético de Cristo. De este carácter trataremos en esta catequesis y en las siguientes, siempre en la línea de la citada constitución dogmática, donde el Concilio expone más expresamente esta doctrina (ib., 12).
Hoy nos detendremos en los presupuestos que fundan el testimonio de fe de la Iglesia.

2. El texto conciliar, presentando a la Iglesia como 'comunidad profética', pone este carácter en relación con la función de 'testimonio' para el que fue querida y fundada por Jesús. En efecto, dice el Concilio que la Iglesia 'difunde el vivo testimonio de Cristo'. Es evidente la referencia a las palabras de Cristo, que se encuentran en el Nuevo Testamento. Ante todo a las que dirige el Señor resucitado a los Apóstoles, y que recogen los Hechos: 'Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos' (Hech 1, 8). Con estas palabras Jesucristo subraya que la actuación de la función de testimonio, que es la tarea particular de los Apóstoles, depende del envío del Espíritu Santo prometido por él y que tuvo lugar el día de Pentecostés. En virtud del Paráclito, que es espíritu de verdad, el testimonio acerca de Cristo crucificado y resucitado se transforma en compromiso y tarea también de los demás discípulos, y en particular de las mujeres, que junto con la Madre de Cristo se hallan presentes en el cenáculo de Jerusalén, como parte de la primitiva comunidad eclesial. Más aún, las mujeres ya han sido privilegiadas, pues fueron las primeras en llevar el anuncio y ser testigos de la resurrección de Cristo Cfr. Mt 28, 1.10).

3. Cuando Jesús dice a los Apóstoles: 'seréis mis testigos' (Hech 1, 8), habla del testimonio de la fe en un sentido que encuentra en ellos una actuación bastante peculiar. En efecto, ellos fueron testigos oculares de las obras de Cristo, oyeron con sus propios oídos las palabras pronunciadas por él, y recogieron directamente de él las verdades de la revelación divina. Ellos fueron los primeros en responder con la fe a lo que habían visto y oído. Eso hace Simón Pedro cuando, en nombre de los Doce, confiesa que Jesús es 'el Cristo, el Hijo de Dios vivo' (Mt 16, 16). En otra ocasión, cerca de Cafarnaún, cuando algunos comenzaron a abandonar a Jesús tras el anuncio del misterio eucarístico, el mismo Simón Pedro no dudó en aclarar: 'Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios' (Jn 6, 68.69).

4. Este particular testimonio de fe de los Apóstoles era un 'don que viene de lo Alto' (Cfr. St. 1,17). Y no sólo lo era para los mismos Apóstoles, sino también para aquellos a quienes entonces y más adelante transmitirían su testimonio. Jesús les dijo: "A vosotros se os ha dado el misterio del Reino de Dios" (Mc 4, 11). Y a Pedro, con vistas a un momento crítico, le garantiza: 'yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos' (Lc. 22, 32).
Podemos, por consiguiente, decir, a la luz de estas páginas significativas del Nuevo Testamento, que, si la Iglesia, como pueblo de Dios, participa en el oficio profético de Cristo, difundiendo el vivo testimonio de él, como leemos en el Concilio (Cfr. Lumen Gentium, 12), ese testimonio de la fe de la Iglesia encuentra su fundamento y apoyo en el testimonio de los Apóstoles. Ese testimonio es primordial y fundamental para el oficio profético de todo el pueblo de Dios.

5. En otra constitución conciliar, la Dei Verbum, leemos que los Apóstoles, 'con su predicación, sus ejemplos, sus instituciones, transmitieron de palabra lo que habían aprendido de las obras y palabras de Cristo y lo que el Espíritu Santo le enseñó'. Pero también otros, junto con los Doce, cumplieron el mandato de Cristo acerca del testimonio de fe en el Evangelio, a saber 'los mismos Apóstoles (como Pablo) y otros de su generación pusieron por escrito el mensaje de la salvación inspirados por el Espíritu Santo' (n. 7).'Lo que los Apóstoles transmitieron comprende todo lo necesario para una vida santa y para una fe creciente del pueblo de Dios; así la Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que cree' (ib., 8).
Como se ve, según el Concilio existe una intima relación entre la Iglesia, los Apóstoles, Jesucristo y el Espíritu Santo. Es la línea de la continuidad entre el misterio cristológico y la institución apostólica y eclesial: misterio que incluye la presencia y la acción continua del Espíritu Santo.

6. Precisamente en la constitución sobre la divina revelación, el Concilio formula la verdad acerca de la Tradición, mediante la cual el testimonio apostólico perdura en la Iglesia como testimonio de fe de todo el pueblo de Dios. 'Esta Tradición apostólica va creciendo en la Iglesia con la ayuda del Espíritu Santo; es decir, crece la comprensión de las palabras e instituciones transmitidas cuando los fieles las contemplan y estudian repasándolas en su corazón (Cfr. Lc. 2, 19.51), y cuando comprenden internamente los misterios que viven, cuando las proclaman los obispos, sucesores de los Apóstoles en el carisma de la verdad. La Iglesia camina a través de los siglos hacia la plenitud de la verdad hasta que se cumplan en ella plenamente las palabras de Dios'(Dei Verbum, 8).
Según el Concilio, por tanto, este tender a la plenitud de la verdad divina, bajo la tutela del Espíritu de verdad, se actualiza mediante la comprensión, la experiencia (o sea, la inteligencia vivida de las cosas espirituales) y la enseñanza (Cfr. Dei Verbum, 10).
También en este campo, María es modelo para la Iglesia, por cuanto fue la primera que 'guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón' (Lc. 2, 19 y 51).

7. Bajo el influjo del Espíritu Santo, la comunidad profesa su fe y aplica la verdad de fe a la vida. Por una parte está el esfuerzo de toda la Iglesia para comprender mejor la revelación, objeto de la fe: un estudio sistemático de la Escritura y una reflexión o meditación continua sobre el significado profundo y sobre el valor de la palabra de Dios. Por otra, la Iglesia da testimonio de la fe con su propia vida, mostrando las consecuencias y aplicaciones de la doctrina revelada y el valor superior que de ella deriva para el comportamiento humano. Enseñando los mandamientos promulgados por Cristo, sigue el camino que él abrió y manifiesta la excelencia del mensaje evangélico.
Todo cristiano debe 'reconocer a Cristo ante los hombres' (Cfr. Mt 10,32) en unión con toda la Iglesia y tener entre los no creyentes 'una conducta irreprensible' a fin de que alcancen la fe (Cfr. 1 Pe 2, 1 2).
 8. Por estos caminos, señalados por el Concilio, se desarrolla y se transmite, con el testimonio 'comunitario de la Iglesia, aquel 'sentido de la fe' mediante el cual el pueblo de Dios participa en el oficio profético de Cristo. 'Con este sentido de la fe .leemos en la Lumen Gentium. que el Espíritu de verdad suscita y mantiene, el pueblo de Dios se adhiere indefectiblemente a la fe confiada de una vez para siempre a los santos (Jds. 3), penetra más profundamente en ella con juicio certero y le da más plena aplicación en la vida, guiado en todo por el sagrado Magisterio, sometiéndose al cual no acepta ya una palabra de hombres, sino la verdadera palabra de Dios (Cfr. 1 Tes. 2,13)' (n. 12),
El texto conciliar pone de relieve el hecho de que 'el Espíritu de verdad suscita y mantiene el sentido de la fe'. Gracias a ese 'sentido' en el que da frutos 'la unción' divina, 'el pueblo de Dios se adhiere indefectiblemente a la fe, guiado en todo por el sagrado Magisterio' (ib.). 'La totalidad de los fieles, que tienen la unción del Santo (Cfr. 1 Jn 2, 20 y 27), no puede equivocarse cuando cree, y esta prerrogativa peculiar suya la manifiesta mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo cuando 'desde los obispos hasta los últimos fieles laicos" presta su consentimiento universal en las cosas de fe y costumbres' (ib.).
Adviértase que este texto conciliar muestra muy bien que ese 'consentimiento universal en las cosas de fe y costumbres' no deriva de un referéndum o un plebiscito. Puede entenderse correctamente sólo si se tienen en cuenta las palabras de Cristo: 'Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños' (Mt 11, 25)

martes, 28 de junio de 2011

Novena del Sagrado Corazón de Jesús


Quinto Día:
El testimonio de la esperanza en la Iglesia, comunidad profética (27.V.1992)

1. Por ser testigo de la vida de Cristo y en Cristo, como hemos visto en la catequesis anterior, la Iglesia es también testigo de la esperanza: de la esperanza evangélica, que en Cristo encuentra su fuente. El concilio Vaticano II dice de Cristo en la constitución pastoral Gaudium et Spes: 'EL Señor es el fin de la historia humana..., centro de la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones' (n. 45). En ese texto el Concilio recuerda las palabras de Pablo VI que, en una alocución había dicho de Cristo que es 'el centro de los deseos de la historia y la civilización' (Discurso 3.II.1965). Como se ve, la esperanza testimoniada por la Iglesia reviste dimensiones muy vastas, más aún, podríamos decir que es inmensa.

2. Se trata, ante todo, de la esperanza de la vida eterna. Esa esperanza responde al deseo de inmortalidad que el hombre lleva en su corazón en virtud de la naturaleza espiritual del alma. La Iglesia predica que la vida eterna es el 'paso' a una vida nueva: a la vida en Dios, donde 'no habrá ya muerte ni habrá llanto' (Ap. 21, 4). Gracias a Cristo, que (como dice san Pablo) es 'el primogénito de entre los muertos' (Col 1, 18; cfr. 1 Cor. 15, 20), gracias a su resurrección, el hombre puede vivir en la perspectiva de la vida eterna anunciada y traída por él.

3. Se trata de la esperanza de la felicidad en Dios. A esta felicidad estamos todos llamados, como nos revela el mandato de Jesús: 'Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva toda la creación' (Mc 16, 15). En otra ocasión Jesús asegura a sus discípulos que 'en la casa de mi Padre hay muchas mansiones' (Jn 14, 2) y que, dejándolos en la tierra, va al cielo 'a prepararos el lugar, para que donde esté yo, estéis también vosotros' (Jn 1 4, 3).

4. Se trata de la esperanza de estar con Cristo 'en la casa del Padre' después de la muerte. El apóstol Pablo estaba lleno de esa esperanza, hasta el punto que pudo decir: 'deseo partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor' (Flp. 1, 23). 'Esperamos, pues, llenos de buen ánimo y preferimos salir de este cuerpo para vivir con el Señor' (2 Cor. 5, 8). La esperanza cristiana nos asegura, además, que 'el exilio fuera del cuerpo' no durará y que nuestra felicidad en compañía del Señor alcanzará su plenitud con la resurrección de los cuerpos al fin del mundo. Jesús nos ofrece la certeza: la pone en relación con la Eucaristía: 'EL que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día' (Jn 6, 54) Es una auténtica resurrección de los cuerpos, con la plena reintegración de la persona en la nueva vida del cielo, y no una reencarnación entendida como vuelta a la vida en la misma tierra, en otros cuerpos. En la revelación de Cristo, predicada y testimoniada por la Iglesia, la esperanza de la resurrección se coloca en el contexto de 'un cielo nuevo y una tierra nueva' (Ap. 21, 1), en donde encuentra plenitud de realización la 'vida nueva' participad los hombres por el Verbo encarnado.

5. Si la Iglesia da testimonio de esta esperanza .esperanza de la vida eterna, de la resurrección de los cuerpos, de la felicidad eterna en Dios., lo hace como eco de la enseñanza de los Apóstoles, y especialmente de san Pablo, según el cual Cristo mismo es fuente y fundamento de esta esperanza. 'Cristo Jesús, nuestra esperanza', dice el Apóstol (1 Tim 1, 1); y también escribe que en Cristo se nos ha revelado 'el misterio escondido desde siglos y generaciones, y manifestado ahora a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer cuál es la riqueza de la gloria de este misterio... que es Cristo..., la esperanza de la gloria' (Col 1, 26.27).
El profetismo de la esperanza tiene, pues, su fundamento en Cristo, y de Él depende el crecimiento actual de la 'vida eterna'.


 6. Pero la esperanza que deriva de Cristo, aun teniendo un término último, que está más allá de todo confín temporal, al mismo tiempo penetra en la vida del cristiano también en el tiempo. Lo afirma san Pablo: 'En él (Cristo) también vosotros, tras haber oído la Palabra de la verdad, el Evangelio de vuestra salvación, y creído también en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es prenda de nuestra herencia, para redención del pueblo de su posesión, para alabanza de su gloria' (Ef. 1, 13.14). En efecto, 'es Dios el que nos conforta... en Cristo y el que nos ungió, y el que nos marcó con su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones' (2 Cor. 1, 21.22).

La esperanza es, por consiguiente, un don del Espíritu Santo, Espíritu de Cristo, por el cual el hombre, ya en el tiempo, vive la eternidad: vive en Cristo como partícipe de la vida eterna, que el Hijo recibe del Padre y d sus discípulos (Cfr. Jn 5, 26; 6, 54)57; 10, 28; 17, 2). San Pablo dice que ésta es la esperanza que 'no falla' (Rom. 5, 5), porque se apoya en el poder del amor de Dios, que 'ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado' (ib.).
De esta esperanza es testigo la Iglesia, que la anuncia y lleva como don a las personas que aceptan a Cristo y viven en él, y al conjunto de todos los hombres y de todos los pueblos, a los que debe y quiere dar a conocer, según la voluntad de Cristo, el evangelio del reino' (Mt 24, 14).
7. También frente a las dificultades de la vida presente y a las dolorosas experiencias de prevaricaciones y fracasos del hombre en la historia, la esperanza es la fuente del optimismo cristiano. Ciertamente la Iglesia no puede cerrar los ojos ante el abundante mal que existe en el mundo. Con todo, sabe que puede contar con la presencia victoriosa de Cristo, y en esa certeza inspira su acción larga y pacientemente, recordando siempre aquella declaración de su Fundador en el discurso de despedida a los Apóstoles: .Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mi. En el mundo tendréis tribulación. Pero '¡ánimo!: yo he vencido al mundo' (Jn 16, 33).

La certeza de esta victoria de Cristo, que se va haciendo cada vez más profunda en la historia, es la causa del optimismo sobrenatural de la Iglesia al mirar el mundo y la vida, que traduce en acción el don de la esperanza. La Iglesia se ha entrenado en la historia a resistir y a continuar en su obra como ministra de Cristo crucificado y resucitado: pero es en virtud del Espíritu Santo como espera obtener siempre nuevas victorias espirituales, infundiendo en las almas y propagando en el mundo el fermento evangélico de gracia y de verdad (Cfr. Jn 16. 13). La Iglesia quiere transmitir a sus miembros y, en cuanto le sea posible, a todos los hombres ese optimismo cristiano, hecho de confianza, valentía y perseverancia clarividente. Hace suyas las palabras del Apóstol Pablo en la carta a los Romanos: 'EL Dios (dador) de la esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo' (Rom. 15,13). El Dios de la esperanza es 'el Dios de la paciencia y del consuelo'(Rom. 15, 5).
8. Podemos decir que el mundo en que Cristo ha obtenido su victoria pascual se ha convertido, en virtud de su redención, en la 'isla de la divina esperanza'.

lunes, 27 de junio de 2011

Novena del Sagrado Corazón de Jesús

Cuarto Día:

Catequesis:  

La Iglesia, misterio de comunión en la santidad (12.II.92)

1. Habló el Señor a Moisés, diciendo: Habla a toda la comunidad de los israelitas y diles: Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo' (Lv. 19, 1)2). La llamada a la santidad pertenece a la esencia misma de la Alianza de Dios con los hombres ya en el Antiguo Testamento. 'Soy Dios, no hombre, en medio de ti yo soy el Santo' (Os 11, 9). Dios, que por su esencia es la suma santidad, el tres veces santo (Cfr. Is. 6, 3), se acerca al hombre, al pueblo elegido, para insertarlo en el ámbito de la irradiación de esta santidad. Desde el inicio, en la Alianza de Dios con el hombre se inscribe la vocación a la santidad, más aún, la 'comunión' en la santidad de Dios mismo: 'Seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa' (Ex 19, 6). En este texto del Éxodo están vinculadas la 'comunión' en la santidad de Dios mismo y la naturaleza sacerdotal del pueblo elegido. Es una primera revelación de la santidad del sacerdocio, que encontrará su cumplimiento definitivo en la Nueva Alianza mediante la sangre de Cristo, cuando se realice la 'adoración (culto) en espíritu y verdad', de la que Jesús mismos habla en Siquem, en su conversación con la samaritana (Cfr. Jn 4, 24).

2. La Iglesia como 'comunión' en la santidad de Dios y, por tanto, 'Comunión de los santos' constituye uno de los pensamientos) guía de la primera carta de san Pedro. La fuente de esta comunión es Jesucristo, de cuyo sacrificio deriva la consagración del hombre y de toda la creación. Escribe san Pedro: 'Cristo, para llevarnos a Dios, murió una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, muerto en la carne, vivificado en el espíritu' (1 Pe 3, 18). Gracias a la oblación de Cristo, que contiene en si la virtud santificadora del hombre y de toda la creación, el Apóstol puede declarar: 'Habéis sido rescatados... con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo' (1 Pe 1, 18.19). Y en este sentido: 'Vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real (Cfr. Ex 19, 6), nación santa' (1 Pe 2, 9). En virtud del sacrificio de Cristo se puede participar en la santidad de Dios, actuar 'la comunión en la santidad'.
3. San Pedro escribe: 'Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus huellas' (1 Pe 2, 21). Seguir las huellas de Jesucristo quiere decir revivir en vosotros su vida santa, de la que hemos sido hechos partícipes con la gracia santificante y consagrante recibida en el bautismo; quiere decir continuar realizando en la propia vida 'la petición de salvación dirigid Dios de parte de una buena conciencia, por medio de la resurrección de Jesucristo' (Cfr. 1 Pe 3, 21); quiere decir ponerse, mediante las buenas obras, en disposición de dar gloria a Dios ante el mundo y especialmente ante los no creyentes (Cfr. 1 Pe 2, 12; 3, 1 2). En esto consiste, según el Apóstol, el 'ofrecer sacrificios espirituales gratos a Dios, por medio de Jesucristo' (Cfr. 1 Pe 2, 5). En esto consiste el entrar en la 'construcción de un edificio espiritual... cual piedras vivas... para un sacerdocio santo' (1 Pe 2, 5).
El 'sacerdocio santo' se concreta al ofrecer sacrificios espirituales, que tienen su fuente y su modelo perfecto en el sacrificio de Cristo mismo. 'Pues más vale padecer por obrar el bien, si ésa es la voluntad de Dios, que por obrar el mal' (1 Pe 3, 17). De este modo se realiza la Iglesia como 'comunión' en la santidad. En virtud de Jesús y de obra del Espíritu Santo, la comunión del nuevo pueblo de Dios puede responder plenamente a la llamada de Dios: 'Sed santos, porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo'.

4. También en las cartas de san Pablo encontramos la misma enseñanza: 'Os exhorto, pues, hermanos, escribe a los Romanos) por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual' (Rom. 12, 1). 'Ofreceros vosotros mismos a Dios como muertos retornados a la vida; y vuestros miembros, como armas de justicia al servicio de Dios' (Rom. 6, 13). El paso de la muerte a la vida, según el Apóstol, se ha realizado por medio del sacramento del bautismo. Y ése es el bautismo .'en la muerte' de Cristo. 'Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva' (Rom. 6, 4).

Como Pedro habla de 'piedras vivas' empleadas 'para la construcción de un edificio espiritual', así también Pablo usa la imagen del edificio: 'Vosotros sois (escribe) edificación de Dios' (1 Cor. 3, 9), para después preguntar: '"No sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros ?       ' ( 1 Cor. 3, 16), y añadir, finalmente, casi respondiendo a su misma pregunta: 'El santuario de Dios es sagrado, y vosotros sois este santuario' (1 Cor. 3, 17).
La imagen del templo pone de relieve la participación de los cristianos en la santidad de Dios, su 'comunión' en la santidad, que se realiza por obra del Espíritu Santo. El Apóstol habla asimismo del 'sello del Espíritu Santo' (Cfr. Ef. 1, 13), con el que los creyentes han sido marcados: Dios, es 'el que nos ungió, y el que nos marcó con su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones' (2 Cor. 1, 21-22).

5. Según estos textos de los dos Apóstoles, la 'comunión' en la santidad de Dios significa la santificación obrada en nosotros por el Espíritu Santo, en virtud del sacrificio de Cristo. Esta comunión se expresa mediante la oblación de sacrificios espirituales a ejemplo de Cristo. Por medio de esa oblación se realiza el 'sacerdocio santo'. A su servicio se desempeña el ministerio apostólico, que tiene como fin .escribe san Pablo. hacer que 'la oblación' de los fieles 'sea agradable, santificada por el Espíritu Santo' (Rom. 15, 16). Así, el don del Espíritu Santo en la comunidad de la Iglesia fructifica con el ministerio de la santidad. La 'comunión' en la santidad se traduce para los fieles en un compromiso apostólico para la salvación de toda la humanidad.
6. Esa misma enseñanza de los apóstoles Pedro y Pablo aparece también en el Apocalipsis. En este libro, inmediatamente después del saludo inicial de 'gracia y paz' (Apoc. 1, 4), leemos la aclamación siguiente, dirigida a Cristo, 'Al que nos ama y nos ha lavado con su sangre de nuestros pecados y ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para su Dios y Padre, a él la gloria y el poder por los siglos de los siglos' (Ap. 1, 5.6). En esta aclamación se expresa el amor agradecido y el júbilo de la Iglesia por la obra de santificación y de consagración sacerdotal que Cristo ha realizado 'con su sangre'. Otro pasaje precisa que la consagración alcanza a hombres y mujeres 'de toda raza, lengua, pueblo y nación' (Ap. 5, 9) y esta multitud aparece luego 'de pie delante del trono (de Dios) y del Cordero' (Ap. 7, 9) y da culto a Dios 'día y noche en su santuario' (Ap. 7, 15).
Si la carta de Pedro muestra la 'comunión' en la santidad de Dios mediante Cristo como tarea fundamental de la Iglesia en la tierra, el Apocalipsis nos ofrece una visión escatológica de la comunión de los santos en Dios. Es el misterio de la Iglesia del cielo, donde confluye toda la santidad de la tierra, subiendo por los caminos de la inocencia y de la penitencia, que tienen como punto de partida el bautismo, la gracia que ese sacramento nos confiere, el carácter que imprime en el alma, conformándola y haciéndola participar, como escribe santo Tomás de Aquino, en el sacerdocio de Cristo crucificado (Cfr. S.Th. III, q. 63, a. 3). En la Iglesia del cielo la comunión de la santidad se ilumina con la gloria de Cristo resucitado.